miércoles, 29 de junio de 2011

Hacé que la noche venga, de Leonardo Oyola


Una novela que arranca con un linyera (en realidad un atorrante, como el protagonista aclara repetidamente) durmiendo en una estación de subte de una línea con un túnel en construcción, y un asesinato cuyo ejecutor es “la noche”, no tiene más destino que agarrar al lector y no soltarlo hasta el final.
La historia básica gira alrededor de crímenes, mafiosos, policías corruptos y héroes que vienen a poner justicia, dicho así una historia de género ordinaria y vieja, pero la novedad transformadora, la creación ingeniosa, está puesta en, primero, el fantástico que colorea todo el planteo, después, un desarrollo en el que aparecen revelaciones más extraordinarias todavía, y un desenlace en el que convergen los perfiles del abanico de personajes, perfiles dibujados a lo largo de toda la trama siempre al borde de sus extremos, que en el final los desbordan y explotan.
El escenario y el tiempo contribuyendo a un clima preciso, las anomalías constantes, las entretenidas lateralidades que acaban por fundirse en el nudo argumental y, sobre todo, la gama de personajes fuera de todo molde, acaban por construir una novela que casi no tiene desperdicio.
A propósito de los personajes, creíblemente increíbles me sale decir, y sólo como botones de muestra que no anticipen demasiado a quién todavía no la leyó, hasta los animales y los objetos tienen entidad propia y atrayente, un Winchester 67 prácticamente cobra vida en La Rosa Amarilla, como lo bautiza su dueño y lo trata como a una esposa, o el gato Pichuco, al que los médicos le dan a comer la apéndice cuando se la extirpan en un hospital público al protagonista, y desde ahí lo sigue todo el tiempo, no por fidelidad sino porque la apéndice le gustó tanto, que está a la espera de que se muera para comer el resto.
Ni hablar de ese protagonista, un linyera (perdón, un atorrante) que ha conocido un pasado mejor (como surge de su lenguaje cultivado y sus conocimientos), aunque no se da mucha información (y no hace falta), acerca de cómo llegó a su situación de calle y pobreza.
Muy buena la velocidad del relato, sólo opacada en algunos tramos, por lo que a mí me parecieron exceso de aclarativos en los diálogos, o términos fuera de nuestro registro, por ejemplo “jalar el gatillo”, aunque como hay un mejicano, un ex cura (el dueño de La Rosa Amarilla) que libra batallas contra el diablo, quizás esos términos tengan justificación. Interesante, por lo menos simpático, títulos de viejas series de TV como nombres de capítulos. Y sólo me queda mencionar el gran final, a toda orquesta, y cuando la lean entenderán que no es sólo una metáfora, el jazz también es un personaje.
Parece que Tres, así se llama el personaje principal, anda en otras novelas. Voy a buscarlas.

martes, 14 de junio de 2011

Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro (y algo de la película)


La novela es —básicamente y sin revelar nada de lo que conviene ir descubriendo con la lectura— una historia de humanizados en un mundo deshumanizado. Está escrita con una gran habilidad para poner ese mundo en un segundo plano (en lo que a extensión de texto se refiere), pero plantado de un modo tan fáctico e inmodificable, que los rasgos “humanos” de los protagonistas sobresalen con nitidez e intensidad. Y, sin caer en el golpe bajo, provocan un abanico de emociones que crecen continuamente.
Uno arranca a leer y se encuentra con un estilo y lenguaje propio del best seller americano, pero enseguida ve, como primera cuestión a destacar, la construcción de un tejido argumental buenísimo, algo que ya noté en “Los restos del día”, la otra novela que leí de Ishiguro, basada en la cual Anthony Hopkins y Emma Thompson protagonizaron esa maravilla de película que acá en Argentina se conoció como “Lo que queda del día”.
En “Nunca me abandones”, Ishiguro va sembrando desde el principio, con una frase suelta, incluso con nada más que palabras sueltas (con acepciones específicas, no necesariamente la primera acepción del diccionario), indicios de adónde conduce. Son indicios muy precisos y lo mismo despiertan intriga, a las veinte páginas uno queda seducido por la trama, ayudado además por una prosa ágil, sencilla de digerir aún en las partes más intrincadas. Sólo tuve algunos “nudos”, pocos, en ciertas frases largas, pero se me ocurre que obedecen más a problemas de traducción, que en lenguaje original la novela debe tener giros muy british, difíciles de pasar al castellano respetando la intención del autor.
Uno de los recursos que más me gustó, usado con frecuencia y funcional para una comprensión acabada, es el de relatar las consecuencias de algunos episodios, antes del relato del episodio mismo. No son propiamente saltos temporales, sino más bien un modo organizador de los recuerdos y reflexiones de la narradora en primera persona, el personaje principal de la novela, cuyo punto de vista es la clave, el cimiento sobre el que Ishiguro construye todo. Bien enfocado, consistente, provee tal solidez, que la novela resiste sin problemas los riesgos de inverosimilitud de la idea argumental básica, una idea no demasiado novedosa pero que nunca antes vi tan bien manejada.
Atrapante, me dijo la amiga que me recomendó la novela y me prestó el libro. Totalmente de acuerdo.

La pelicula. Basada en la novela de Ishiguro, se hizo en 2010 dirigida por Mark Romanek. En el balance, lo primero a decir es que el cine inglés nunca me traiciona, que lo esencial de la novela queda al cabo preservado y que las actuaciones, la dirección y la fotografía son excelentes. No obstante, me decepcionaron las omisiones o modificaciones respecto a la novela, que cambian rasgos importantes de algunos personajes.