lunes, 19 de diciembre de 2011

Gutiérrez a secas, de Vicente Battista


Una novela escrita con mucho oficio, y en un estilo que, además de tener el sello Battista, posibilita leerla entreteniéndose mucho, con urgencia por seguirla, tanto en las partes cadenciosas como en aquellas donde la trama, acercándose al final, acelera su ritmo.
Y a propósito del final, la novela termina desembocando en un fantástico con cierta cuota de suspenso, quizás inesperado pero para nada injustificado, al contrario, diría que le asiste absoluta lógica al oscuro Gutiérrez, un personaje muy bien fabricado con sólo media docena de rutinas, un par de comportamientos de su historia y un modo de reflexionar, que sin cansar Battista reitera y recuerda con frecuencia a lo largo del texto.
Por lo dicho, Gutiérrez, que se gana la vida como escritor fantasma, es por lejos protagonista excluyente que se roba el interés del lector, aunque tienen lo suyo y contribuyeron al gusto con que me leí “Gutiérrez a secas”, Marabini, su editor (notables los diálogos cuando le recibe o le encarga textos), Requejo, su único amigo (rarísima amistad, de hecho solamente hablan cuando se cruzan accidentalmente en la calle, nunca se visitan a domicilio ni programan encuentros a tomar café), Ivana, una antigua novia real (y digo “real” porque también hay en la vida de Gutiérrez otras dos mujeres, Dolores y Margaret, muy trascendentes para él pese a que ambas pertenecen al mundo virtual de la computación e Internet), y también los correctores de la editorial, elevados en el texto a nivel de lo fantasmal, lo secreto, lo temido, tan importantes para la cabeza de Gutiérrez que precisamente el final se precipita desde que el personaje tiene un contacto cercano con ellos.
Para terminar, me copio de una reseña de Carlos Gazzera “robada” de La Voz del Interior: “Gutiérrez a secas remite a un espacio donde la literatura se propone hablar de algo que está más allá de las insatisfacciones propias de la literatura misma". Y también recomiendo la reseña que en su momento hizo Saccomanno en Página 12: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-301-2002-09-30.html

martes, 6 de diciembre de 2011

Cómo desaparecer completamente, de Mariana Enriquez


Novelaza. Que ya esté saldada me da mucha contradicción, por un lado me parece una tremenda injusticia para una obra tan buena, pero por el otro permite que por unos pocos pesos se la encuentren y puedan disfrutarla muchos de los que hurgamos en las mesas de saldo.
Aunque el texto tiene partes con diálogos, bien dosificados y bien logrados, a la historia la cuenta prevalentemente un relator en tercera persona, al que Enriquez le da una voz precisa, ajustada y prácticamente confundida con la que uno imagina la propia voz de Matías, el protagonista excluyente de la novela, un adolescente viviendo en una verdadera casa de locos, y no me extiendo en por qué es una casa de locos, para que cada lector, como a muchos personajes y episodios, lo vaya descubriendo en la secuencia y con la progresión que eligió la autora, una elección clave para que el texto funcione tan bien como funciona.
La trama de “Cómo desaparecer completamente” responde a una construcción exquisita que invita a leerla sin ganas de parar, es muy imaginativa, densa de la densidad buena, con muchas capas que van revelándose a medida que avanza la novela, y algo muy interesante, los hechos que van acaeciendo en el presente se intensifican conforme se van produciendo las revelaciones de hechos del pasado, hasta llegar a un final muy abierto, con varias resoluciones posibles para que uno lector reponga, desde la más triste y sangrienta hasta la más rosa y emotiva.
Pero lo principal a destacar, y creo que por eso, de todo lo que leí este año, esta novela está entre lo que me más me impactó, es cómo esta chica Enriquez me desató, sin necesidad de apelar a golpes bajos ni escenas truculentas, una lástima tremenda por el nenito Matías, y una emotividad enorme por el adolescente Matías, tan agobiado, tan encerrado, tan desesperado.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

“Los siete locos” y “Los lanzallamas”, de Roberto Artl


Como la mayoría sabe, se trata de una sola novela caprichosamente dividida en dos partes, y la mayoría debe haberla leído alguna vez en su vida, porque Artl debe ser, junto a Borges y Cortázar, uno de los escritores que más se nombra cuando se pide mencionar a escritores argentinos.
Vale la pena leerla otra vez, sobre todo si se la leyó hace mucho, primero que nada porque darse un baño de Artl es muy bueno para el que le gusta la literatura, pero también vale la pena porque uno individuo lector ha cambiado y seguro le encontrará aristas novedosas como si no la hubiera leído nunca, y sobre todo vale la pena, porque los personajes son y seguirán siendo un muestrario alegórico de seres de carne y hueso que están entre nosotros, y entonces, es como una pequeña venganza reconocerlos en sus hipocresías, miserias, deslealtades, patetismos, aunque en fin, también me queda la frustración de que nadie le haya pegado un buen garrotazo a Barsut.
Pero además la novela tiene espacio para la diversión sin angustias, o al menos con angustia bastante disfrazada, el subcapítulo “Los dos bergantes” por ejemplo, Emilio y el Sordo Eustaquio mendigando por la calle Larrazábal, o también “Los amores de Erdosain”, si bien más irónico, satírico, la madre de la Bizca y la Bizca misma son de comedieta, vienen muy bien para contrapesar el mundo agobiante en el que las reflexiones de Erdosain nos mete, que ojo, tiene su riesgo, porque muchas de esas reflexiones tienen la desmesura necesaria para perfilar al personaje, darle su punto de vista, pero otras no son del todo desatinadas, hay momentos en los que se piensa que no estaría mal una fábrica de fosgeno para atender a ciertos especímenes.
Pasando a lenguaje, me copio de la presentación del prólogo de Mirta Artl a la edición 1968, Compañía Fabril Editora”, de “Los Lanzallamas”: ´Lo pintoresco surge frecuentemente en el encaramelarse del autor con algunos giros y palabras de su jerga habitual: los muros son “encalados”; los que sirven, “menestrales” y “menestralas”; los inescrupulosos, “rufianes”, “traficantes”, “canallas”, “bergantes”; el abogado, “jurisconsulto”; la mugre es “más sucia que un muladar”; el ambiguo o huidizo, “más esquivo que un mulo”; el interés “encuriosa”; el vidrio “encristala”; la pollera “se arremolina”. Se podría seguir con largas listas, pero sólo señalaremos, para concluir, algún trozo descriptivo donde el escritor es casi totalmente expresionista: “Algunos techos pintados de alquitrán parecen tapaderas de ataúdes inmensos. En otros parajes, centelleantes lámparas eléctricas iluminan rectangulares ventanillas pintadas de ocre, de verde y de lila. En un paso a nivel rebrilla el cúbico farolito rojo que perfora con taladro bermejo la noche que va hacia los campos”´.
Y para terminar una cosa no menor, algo distintivo ha de tener Erdosain para que rememorándolo, uno se acuerde de la rosa de cobre (bah, galvanoplástica)por encima de todo lo demás.

lunes, 31 de octubre de 2011

Barajas, de Alejandra Zina


Alejandra Zina es del “semillero” de Laiseca, y aunque en esta novela que le leí no encontré parentesco con la literatura que conozco de su Lai-Tsé (no me acuerdo dónde vi que ella lo llamó así y me gustó), es muy probable que algo (o mucho) de él haya sido capturado por el oficio con el que Zina escribió “Barajas”.
El argumento responde a una historia lineal, lo que pasa en un viaje de Buenos Aires a Madrid, una historia ya de por sí entretenida y con buena progresión narrativa, pero que tiene el plus de un “mechado” de capítulos evocativos (principalmente notas de familia y romances de la protagonista), la mayoría muy lindos y todos, pertinentes a efectos de la construcción del personaje principal.
A propósito, Caro, una de las azafatas del viaje (y la que nos cuenta la historia en acertada elección de la primera persona para hacerlo), tiene mucha carnadura, es sólida, rápidamente se reconoce su perfil, su voz nunca deja de cuadrar con la idea que nos hemos hecho de ella y se comporta consistente a lo largo de toda la novela. La mayor parte del resto de la troupe (sumando los personajes que están subidos al avión en el transcurrir presente y los evocados) también están bien compuestos, tienen registros acertados cuando se les da la palabra y resultan funcionales a la trama, y no solamente los que acompañan a Caro todo el tiempo, sino también los que aparecen una vez y no se los trae de nuevo o los apenas esbozados.
La prosa es fluida, y los ritmos del relato siguen la intensidad, la tensión o el simple devenir de cada episodio y sus nexos, casi que no hay detenciones en la lectura, y cuando las hay obedecen en todo caso al valor de ciertos subtextos que aparecen, sobre todo, en los capítulos evocativos. Esta fluidez en un texto al que entiendo sin fallas de economía (casi que no le sobra nada), ayuda también a que “Barajas” sea una novela llena de imágenes que se siguen perfectamente, que “se ven”.
Personalmente, tuve algunos baches de “atrapamiento” en tres o cuatro capítulos promediando la novela, pero rápidamente salí de ellos y no volví a caer, y creo que mucho ayudó la aparición del bonus, me sale decir, de “Hay hombres que te quedan en la piel”, mi capítulo preferido, impecable para mi gusto.
La novela remata con una resolución clásica a la que no le caben muchas objeciones, tal vez, y ya en el campo de lo discutible conforme a gustos, sólo ciertos preanunciamientos un par de capítulos antes del final. No obstante, esos preanunciamientos tienen motivos de elogio por otro wing, ya que se hacen con un muy buen recurso, primero porque es el único salto temporal, y segundo porque es a través de una carta en la que Zina, pese al uso tan frecuente de las cartas en la literatura, se atreve y consigue originalidad.
Conclusión: la “Chica Halcón”, así le dicen a Caro en algunos ámbitos, hace pasar un buen rato.

jueves, 27 de octubre de 2011

La historia del amor, de Nicole Krauss


Una novela bien escrita que merece ser leída sin los prejuicios que podrían surgir a partir del título, de ciertas sospechas de que los norteamericanos quisieron encumbrar a la Krauss de prepo y de las reseñas que adelantan momentos demasiados “sensibles”. Cierto que tiene partes que rozan, e incluso momentos que caen en lo hollywoodense (de hecho, hace 5 o 6 años, cuando la novela se publicó, la Warner compró los derechos para hacer la película, aunque no encontré información de que finalmente la hayan hecho) pero lo mismo sale airosa, creo que principalmente, porque personajes bien construidos de entrada, resisten, se sostienen, mucho mejor si les toca navegar en medio de episodios vidriosos.
En la trama,“La historia del amor” es el nombre de una novela que entrelaza la vida de los personajes, básicamente de los dos principales, un anciano polaco que huyó del holocausto y una quinceañera huérfana de padre, empeñada en conseguirle nuevo marido a la mamá (la nena se llama Alma, y así la bautizaron sus padres porque Alma era el nombre de la protagonista de “La historia del amor”). La autora organizó la novela en bloques, la mayoría en la primera persona del viejo o de la adolescente, los de ésta en formato diario o carta, así que visual y rápidamente se los identifica, aunque de sobra, porque una de las cosas más elogiables de la Krauss en esta novela, es la habilidad para acertar en los registros, y los tonos, propios de cada personaje, siendo que son tan distintos entre sí, y atención, no lo digo sólo porque de los protagónicos uno es un hombre octogenario y el otro una chica muy joven, sino también porque la autora los imaginó muy singulares y tuvo habilidad para plasmar esa singularidad.
Otro recurso que me gustó, y mucho, es que Krauss intercala capítulos de la novela como si fueran transcripciones de la misma; no son muchos, pero es suficiente para darle al texto una estructura anidada y, lo principal, enriquecerlo con las partes más sutiles y reflexivas de la novela.
También valoro que Krauss no se haya ensañado con la cuestión de la guerra, y más que de la guerra del genocidio judío, sino que ella consigue emotividad con otros recursos argumentales, la mayoría más simples y ligados con otros asuntos de la naturaleza humana, sus dolores y sus alegrías, aunque siendo que el holocausto es fundamento argumental para muchas de las cosas más trascendentes de la trama, supo desarrollar lo sustancial sin morbo y sin apelaciones a caminos demasiado transitados.
Si me pongo muy purista, le quitaría algunas escenas y desarrollaría más otras, vería de que fuera menos intrincada para aventar riesgos de inverosimilitud, y bajaría un cambio en el final, para mi gusto y volviendo al principio, lo más Hollywood de la novela, pero nada bastante para dejarla pasar.

viernes, 21 de octubre de 2011

"Emilio, los chistes y la muerte", de Fabio Morábito


Conocía a Morábito por sus cuentos (Grieta de Fatiga y La Lenta Furia), esta es la primera novela que le leo (no se conseguía, gracias Myriam por el esfuerzo) e igual que en los cuentos, sobresalen enseguida dos cuestiones: la fluidez de la prosa (y su sencillez, aún para decir cosas para nada sencillas) y la habilidad para que a poco de transcurrir el relato, uno se cree y acepta todo, aún lo poco razonable y/o verosímil.
Así es el universo Morábito, los personajes “son” y lo que pasa “es”. Y en esta novela, Emilio, 12 años, hijo de padres separados, es un chico rarísimo, pero su rareza no tiene nada de ordinario, muy por el contrario, los síntomas, los ribetes, siempre sorprenden y siempre están diciendo algo más allá del texto, incluso en los detalles absolutamente accesorios, como por ejemplo sus pensamientos cuando se concentra en la observación de una fila de hormigas. Eurídice, la coprotagonista, es una cuarentona que vive sola y ha perdido a un hijo de la edad de Emilio, ¡y se encuentran en un cementerio!, sí, el escenario principal es un cementerio, al que Emilio va todos los días a cazar chistes y a memorizar nombres de muertos, ¿ven?, dicho así parece un reverendo bolazo, bueno, nada de bolazo, montado en ese absurdo sólo aparente si se lo piensa en términos de su funcionalidad a la trama, Morábito teje una historia notable, desprende un haz de situaciones muy provocadoras, que nos llevan a cada rato a lugares muy reflexivos acerca de la naturaleza humana, e inclusive —este al menos fue mi caso— a lugares propios e íntimos.
Morábito hace todo con sutileza, o casi todo, porque las excepciones que elige son las necesarias para crear un fuerte contraste, romper un ritmo, hacer sonar una alarma, como cuando Eurídice se desnuda para orinar entre un yuyal del cementerio, y después vuelve a lo sutil, pero el efecto buscado ya se instaló y el perfume con el que se sigue leyendo ya no puede dejar de olerse.
Accesorios a los dos protagonistas, hay un abanico de personajes, todos imprescindibles, todos muy bien delineados y todos tan borders como Emilio y Eurídice, entre otros la madre y el padre de Emilio, el policía que custodia la puerta del cementerio, un fulanito que acomoda las flores en los nichos, un monaguillo en los entierros, notables, y a cuento del monaguillo una curiosidad, Morábito se copia a sí mismo del cuento “Hormigas” que está en “Grieta de Fatiga” ( o al revés, no sé).
Tal vez, a riesgo de pecar de atrevido, el único defecto que le encuentro es que el desenlace no está a la altura de una construcción tan buena, ojo, no digo que es malo, nada más que decepcionó un poco mis expectativas de final.
Para terminar: “Esta es la historia de la relación entre un niño de 12 años que tiene un exceso de memoria y una mujer de 40 quisiera olvidarlo todo”. Así arranca la reseña en la contratapa del libro y es un resumen excelente, pero que apenas se asoma a la densidad que tiene la novela.

jueves, 20 de octubre de 2011

Kryptonita, de Leonardo Oyola


Cuando Oyola habla de su literatura, apela muchas veces a la expresión “prontuario”, y confirmo en esta segunda novela que le leí, la sensación de una fuerte presencia de prontuario, lo que en sí mismo no es la gran cosa ni una originalidad, todos los que escriben chorean de su prontuario, vaya novedad, pero lo que distingue a Oyola es como empilcha y maquilla, como hace para convertir una anécdota en una ficha completa de personaje o un nudo argumental bien instalado y bien resuelto, porque a ver, ¿cuántas Lady Di inspiradoras habrá visto Oyola?, ¿cuántas Lady Di hemos conocido tod@s?, pero sin embargo, la Lady Di de Kriptonita es sólida, única y amorosa como ninguna de las que conocimos e imaginamos, sus parlamentos son los más emotivos de toda la novela, se me ocurre que por eso, en el capítulo de Carozo y Narizota, aunque lo cuenta Fede, Oyola precisa partes en la que Fede le cede la palabra a Lady Di.

De todas maneras, yo pienso que no hay novela que pueda escribirse sólo con el prontuario, por más buen maquillador y vestuarista que sea el escritor, así que ahí viene la imprescindible parte de buen imaginador, y para muestra alcanza y sobra con Nafta Súper, el que aporta la cuota de fantástico (pero ojo, no cualquier cuota sino Súperman en el Gran Buenos Aires oscuro), el protagonista mudo de Kryptonita, otra cosa interesante, el protagonista no habla nunca y sin embargo, termina la historia y es el más completo y acabado de todos los personajes, conocido exclusivamente a través de la voz del resto.

Mucho más no tengo, ya se ha dicho mucho de Kryptonita y no lo quiero repetir, me queda nomás el deslizar del texto, en dos o tres sentidos lo menciono, porque hay un primer deslizar en el hecho del arranque con una predominancia del médico “nochero” (yo me desayuné con qué es un “nochero” leyendo la novela) para ir “deslizando” esa predominancia hacia Nafta Súper y su banda de manera paulatina, casi imperceptible, y de todas formas permanece el relato en la primera persona del “nochero”·; hay otro deslizar en los diferentes registros narrativos, porque si bien hay trompicones entre capítulos, incluso dentro de un mismo capítulo, no le hacen mal a la trama, al contrario, “deslizan” de un modo que justamente son a favor de la trama (a propósito de la cuestión registro narrativo, hay una entrevista en El Litoral de Santa Fe, http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2011/10/08/arteyletras/ARTE-02.html, yo la subí a Facebook hace unos días, muy interesante lo que Oyola dice acerca de sus registros); y lo rítmico, cierto que al lector seguro lo influencian varias referencias que contiene el texto, pero también es cierto que el relato tiene partes en las que a uno se le “deslizan” músicas en la cabeza.

Y grandísimos finales, sí, finales, porque son dos, el de la novela y el otro, “Vas a ser diferente mi chiquito…te amo mucho hijo mío”

martes, 27 de septiembre de 2011

La lenta furia, de Fabio Morábito


En este libro de cuentos, veo el arte de Morábito sobre todo en el “cómo”, porque la forma, simple y sin rebuscamientos, en que están escritas cada una de las historias —un colmo de desmesuras, plagadas de episodios y personajes objetivamente inverosímiles— construye un “qué” aceptado, paladeado y vivenciado como lo más natural del mundo.
Pero entonces, embarcado en esa naturalidad, es posible aproximarse, aunque sea por intuición o sensación, a contenidos por debajo de las capas superficiales de los textos, por ejemplo en “Los Vetriccioli”, un contrapunto entre dos familias de traductores, encontré familiaridad con los Cronopios y los Famas, y en “El huidor”, por citar sólo uno más, es soberbio cómo, partiendo de un personaje absurdo, casi cómico, incluso grotesco, llega en el final a una atmósfera tan triste, tan agustiosa.
Los dos cuentos del libro que más me gustaron fueron el primero, “Las madres”, y el último y más corto de todos, “Oficio de temblor”. “Las madres” porque Morábito construye un texto de contraste, entre casi todo el tiempo con el ritmo y las alternativas de una ola de tormenta furiosa (el primitivo y salvaje mes durante el que las madres entran en celo), y el final de la misma ola una vez que rompió y llega mansita a la playa. “Oficio de temblor”, una cadencia constante en cambio, me gustó especialemnte por el terremoto como personaje, tan bien imaginado por el autor, calculador, paciente, pensante, casi siempre destinado a satisfacerse, pero incluso a veces, frustrado. De perlita, transcribo cómo arranca: “El temblor no llegó con su intenso cortejo de cristales ni su amplia funda de razones. Apenas se insinuó de casa en casa, sedoso y delicado, palpando las esquinas y las puertas. Los que dormían en los últimos pisos del edificio oyeron los golpes espaciados con que tanteaba la solidez de la construcción, un tenue ¡pum! ¡pum! ¡pum! Que la mayoría confundió con los latidos de sus pechos. Era como el primer ruido del mundo, no manchado por ninguna impureza.”

viernes, 23 de septiembre de 2011

Papeles en el viento, de Eduardo Sacheri


A Sacheri no hay que pedirle subtexto, elipsis o roscas por el estilo, lo de Sacheri es todo servido, todo iluminado, todo directo. Y con independencia de que a mí me gustan más los textos con un poco de oscuridad, segunda lectura y algo más de espacio al lector, no hay duda de que el tipo tiene mucho oficio en su estilo.
Acá la historia responde a una idea muy imaginativa y con personajes que en el arranque están bastante bien construidos, el registro es más que consistente y la lectura fluida, con una estructura muy interesante de capítulos dobles, una parte es del presente, la otra del pasado, no necesariamente relacionadas entre sí, y se hacen agradables esos continuos saltos atrás y adelante.
El problema arranca más o menos de la mitad de la novela para adelante, desde ahí los episodios empiezan a parecer forzados, los diálogos demasiados estructurados y sobre todo superabundantes, repitiéndose en exceso en lo esencial de lo que se quiere decir. Por otro lado los personajes, que para mi gusto son por lejos lo mejor del libro, pierden buena parte de la consistencia que tenían, y atrás de eso (o quizás como causa) suceden ciertas circunstancias medio golpe bajo y/u otras que se caen de lo verosímil, particularmente el desenlace, un poco por el cambio de actitud de uno de los personajes (ojo, hay un intento de justificarlo, y no es malo, sólo que me parece insuficiente para la personalidad que se me vendió hasta ahí), y más que nada porque no se entiende la relación entre el plan urdido y ejecutado con éxito por los protagonistas, y la ventaja que obtienen.
Otro déficit a mi entender, es que el texto no invierte lo necesario (o lo invierte mal) para justificar, instalar en el lector de manera creíble, el afecto que tres de los protagonistas sienten hacia un personaje secundario, y no es un tema menor porque ese afecto es el móvil excluyente de todo lo que hacen.
Para terminar, una buena, por lo menos para todos los futboleros. Se nota que Sacheri tiene cancha, quiero decir cancha de haber estado y sufrido partidos de fútbol, y lo demuestra en uno de los últimos capítulos (parte pasado), los “papeles en el viento” mientras se espera para salir del estadio después de un partido que se ganó.
Y otra buena, son más de 400 páginas que se leen de una sentada, eso siempre tiene su crédito.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Vida de santos, de Rodrigo Fresán


Lo empecé a leer desanoticiado en cuanto a de qué la iba, ni siquiera sabía que cada capítulo eran cuentos que admitían lectura independiente, salvo el último (de ¿agradecimientos?) y el penúltimo, el que más me gustó, aunque no sé si por el bien conseguido tono de epopeya aventurera del personaje que finalmente muestra la cara, o porque resume (e ilumina) la relación de todas las historias, que hasta ahí tenían un hilo conductor, pero que al final terminan conformando la trama de una novela bastante hecha y derecha.
Me costó agarrarle la vuelta al código Fresán de estos cuentos-novela. Y, en el pecado está la virtud (o viceversa), muchas de las dificultades tuvieron que ver con el estilo cultivado, grandilocuente y denso de los relatores siempre en primera persona, largos fraseos que muchas veces obligaban a releerlos más de una vez, pero para mí es justamente esa elección la que apuntala la ironía blasfema y hereje que chorrea el texto, materializada mediante personajes y episodios ingeniosos, tanto en sí como en su nexo, aún traído de los pelos a veces, con la Biblia, los Evangelios, el Vaticano, la vida de Jesús, etc, etc., e incluso otros hechos que se salen de la apelación religiosa o cristiana, y también de lo universal para concentrarse en lo argentino, como cuando uno de los personajes crea una historieta fantástica cuyo héroe, un NN marca registrada, así se llama, recupera “las manos perdidas del Gran Líder”, trae a la vida a sus “antiguos y desaparecidos compañeros”…que no son reconocidos por sus nietos y bisnietos y se los ubica en los cuartos del fondo. (nota importante, Fresán escribió “Vida de santos” entre diciembre de 1991 y marzo de 1993).
Me gustó, como efecto muy funcional, el esmero de Fresán para elegir, imaginar, asociados a cada capítulo, lo prodigioso, lo descomunal, lo excesivo, en ese sentido son especialmente impresionantes el “Sagrado Hotel de Todos los Santos en la Tierra”, el REAL ascenso a los cielos (a los infiernos, en los términos Fresán) en el The End de la película “La Crucificción”, la dantesca escena de la policía allanando el domicilio de Sebastián Coriolis o la increíble “Música para destruir mundos”.
Al final entonces, no puedo decir que sea una obra absolutamente redonda, pero no estoy arrepentido de haberla leído, al contrario, y en tren de elegir partes dónde mejor la pasé, me quedo con (igual, no se entusiasmen demasiado con el ejemplo, éste no es el ritmo prevalente): “…Un tipo que quería aislar a Dios. Decía que Dios era un virus. O una célula. O una neurona. O una enfermedad. O un cromosoma. No sé, algo por el estilo. Decía que los que creían en Dios tenían abundancia de eso en la sangre. O en los huesos. O en el cerebro. O en algún lado. Y los que no creían eran inmunes al virus, o carecían de ese cromosoma y no podían ser contagiados. Estaba seguro de eso. Lo que le interesaba era aislar a Dios e inyectárselo a personas que no creyeran para ver lo que pasaba. Quería ver en qué mutaba un agnóstico terminal al ser inyectado. Quería ver si una dosis masiva de Dios capacitaba a alguien para hacer milagros. Caminar sobre las aguas y esas cosas. Quería ver si un Dios inyectable era el remedio para todos los males de este mundo…”.

miércoles, 29 de junio de 2011

Hacé que la noche venga, de Leonardo Oyola


Una novela que arranca con un linyera (en realidad un atorrante, como el protagonista aclara repetidamente) durmiendo en una estación de subte de una línea con un túnel en construcción, y un asesinato cuyo ejecutor es “la noche”, no tiene más destino que agarrar al lector y no soltarlo hasta el final.
La historia básica gira alrededor de crímenes, mafiosos, policías corruptos y héroes que vienen a poner justicia, dicho así una historia de género ordinaria y vieja, pero la novedad transformadora, la creación ingeniosa, está puesta en, primero, el fantástico que colorea todo el planteo, después, un desarrollo en el que aparecen revelaciones más extraordinarias todavía, y un desenlace en el que convergen los perfiles del abanico de personajes, perfiles dibujados a lo largo de toda la trama siempre al borde de sus extremos, que en el final los desbordan y explotan.
El escenario y el tiempo contribuyendo a un clima preciso, las anomalías constantes, las entretenidas lateralidades que acaban por fundirse en el nudo argumental y, sobre todo, la gama de personajes fuera de todo molde, acaban por construir una novela que casi no tiene desperdicio.
A propósito de los personajes, creíblemente increíbles me sale decir, y sólo como botones de muestra que no anticipen demasiado a quién todavía no la leyó, hasta los animales y los objetos tienen entidad propia y atrayente, un Winchester 67 prácticamente cobra vida en La Rosa Amarilla, como lo bautiza su dueño y lo trata como a una esposa, o el gato Pichuco, al que los médicos le dan a comer la apéndice cuando se la extirpan en un hospital público al protagonista, y desde ahí lo sigue todo el tiempo, no por fidelidad sino porque la apéndice le gustó tanto, que está a la espera de que se muera para comer el resto.
Ni hablar de ese protagonista, un linyera (perdón, un atorrante) que ha conocido un pasado mejor (como surge de su lenguaje cultivado y sus conocimientos), aunque no se da mucha información (y no hace falta), acerca de cómo llegó a su situación de calle y pobreza.
Muy buena la velocidad del relato, sólo opacada en algunos tramos, por lo que a mí me parecieron exceso de aclarativos en los diálogos, o términos fuera de nuestro registro, por ejemplo “jalar el gatillo”, aunque como hay un mejicano, un ex cura (el dueño de La Rosa Amarilla) que libra batallas contra el diablo, quizás esos términos tengan justificación. Interesante, por lo menos simpático, títulos de viejas series de TV como nombres de capítulos. Y sólo me queda mencionar el gran final, a toda orquesta, y cuando la lean entenderán que no es sólo una metáfora, el jazz también es un personaje.
Parece que Tres, así se llama el personaje principal, anda en otras novelas. Voy a buscarlas.

martes, 14 de junio de 2011

Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro (y algo de la película)


La novela es —básicamente y sin revelar nada de lo que conviene ir descubriendo con la lectura— una historia de humanizados en un mundo deshumanizado. Está escrita con una gran habilidad para poner ese mundo en un segundo plano (en lo que a extensión de texto se refiere), pero plantado de un modo tan fáctico e inmodificable, que los rasgos “humanos” de los protagonistas sobresalen con nitidez e intensidad. Y, sin caer en el golpe bajo, provocan un abanico de emociones que crecen continuamente.
Uno arranca a leer y se encuentra con un estilo y lenguaje propio del best seller americano, pero enseguida ve, como primera cuestión a destacar, la construcción de un tejido argumental buenísimo, algo que ya noté en “Los restos del día”, la otra novela que leí de Ishiguro, basada en la cual Anthony Hopkins y Emma Thompson protagonizaron esa maravilla de película que acá en Argentina se conoció como “Lo que queda del día”.
En “Nunca me abandones”, Ishiguro va sembrando desde el principio, con una frase suelta, incluso con nada más que palabras sueltas (con acepciones específicas, no necesariamente la primera acepción del diccionario), indicios de adónde conduce. Son indicios muy precisos y lo mismo despiertan intriga, a las veinte páginas uno queda seducido por la trama, ayudado además por una prosa ágil, sencilla de digerir aún en las partes más intrincadas. Sólo tuve algunos “nudos”, pocos, en ciertas frases largas, pero se me ocurre que obedecen más a problemas de traducción, que en lenguaje original la novela debe tener giros muy british, difíciles de pasar al castellano respetando la intención del autor.
Uno de los recursos que más me gustó, usado con frecuencia y funcional para una comprensión acabada, es el de relatar las consecuencias de algunos episodios, antes del relato del episodio mismo. No son propiamente saltos temporales, sino más bien un modo organizador de los recuerdos y reflexiones de la narradora en primera persona, el personaje principal de la novela, cuyo punto de vista es la clave, el cimiento sobre el que Ishiguro construye todo. Bien enfocado, consistente, provee tal solidez, que la novela resiste sin problemas los riesgos de inverosimilitud de la idea argumental básica, una idea no demasiado novedosa pero que nunca antes vi tan bien manejada.
Atrapante, me dijo la amiga que me recomendó la novela y me prestó el libro. Totalmente de acuerdo.

La pelicula. Basada en la novela de Ishiguro, se hizo en 2010 dirigida por Mark Romanek. En el balance, lo primero a decir es que el cine inglés nunca me traiciona, que lo esencial de la novela queda al cabo preservado y que las actuaciones, la dirección y la fotografía son excelentes. No obstante, me decepcionaron las omisiones o modificaciones respecto a la novela, que cambian rasgos importantes de algunos personajes.

jueves, 21 de abril de 2011

Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy


Ya había comentado lo bien que me había impresionado este tipo con “No es país para viejos”, lo primero que le leí. Dos o tres más que le conocían el pedigree mucho mejor que yo, me dijeron que LA novela a leerle era “Todos los hermosos caballos”.
No se equivocaron. Por un lado, la historia tiene una progresión narrativa casi perfecta, el interés crece y crece, superada la dificultad de abordar el desorden de las primeras páginas (desorden que tiene plena justificación en la necesidad de “plantar” así y sólo así al protagonista), la trama es un tobogán del que uno no se quiere bajar, pero aunque conduce a un destino que para mí el autor tenía claro desde que escribió la primera línea (por lo impecable que articula todo), no es un tobogán lineal, y las curvas y contracurvas no son disgresiones o lateralidades para llenar papel, si no que terminan siendo la esencia para que el comportamiento de los personajes, el nudo dramático y el desenlace sean verosímiles.
Uno de los puntos de apoyo de la novela, es la relación de los personajes principales con los caballos, una relación que se pinta con mucha carnadura y que también permite entender, aceptar, decisiones que sin ese contexto tan bien construido, podían haber sido dudosas. Más que explicarlo me sirve transcribir: “El muchacho que montaba un poco adelantado a él no sólo montaba como si hubiera nacido cabalgando, que así era, sino como si de haber sido engendrado por malicia o mala suerte en un país extraño donde no hubiese caballos él los habría encontrado. Habría sabido que faltaba algo para que el mundo estuviese bien o él bien en el mundo y se habría puesto en marcha para vagar adonde fuese durante el tiempo necesario hasta encontrar uno y habría sabido que aquello era lo que buscaba y así habría sido”.
El texto transcurre fluido, rítmico, apelando en las partes trascendentes sólo a lo imprescindible, salvo durante los remansos, varios pero agradables, en los que se detiene para contemplar los paisajes en los que primordialmente trascurre la historia. Es un texto que hace ver y sentir, hay tramos muy emotivos (me quedo con el encuentro final entre John Grady y Alejandra), otros profundos y con ligazones a la historia, la cultura, la sociedad del tiempo en que se instala (y acá destaca particularmente la tía de Alejandra). McCarthy no ilumina totalmente los rasgos y motivaciones de los personajes, y se hace muy placentero percibirlos en lo sugerido, en lo no dicho, pero de todas formas —vale la pena aclararlo en términos de la corriente literaria a la que creo pertenece la novela— la posición del autor y la resolución de la historia son directas e indudables.
En el 2000 se hizo una película basada en este libro, con Matt Damon en el papel de John Grady, dicen que, a diferencia de los Coen (“Sin lugar para los débiles” basada en “No es país para viejos”), no se han lucido mucho, tendré que verla para opinar por mí.

martes, 12 de abril de 2011

La conjura de los necios, de John Kennedy Toole


No me cae bien un tipo que se suicida porque no le publican una novela, lejos de ver apasionamiento veo un narcisismo patológico y una vida que habrá sido muy pobre para no tener razón de vivirla sin su libro en las vidrierías de las librerías. Así que Toole no me conmociona por ese lado, sino porque construyó una sátira descomunal a través de una arquitectura de texto casi perfecta para mi gusto, cómo me lamento no haber leído antes esta novela.
Más allá del protagonista excluyente, Ignatius Reilly, un border desopilante que desea un mundo que atrasa por lo menos un siglo, hay un mosaico de personajes que asoman como simples complementos laterales y terminan, todos, teniendo brillo propio, por nombrar sólo dos, y nombrar sólo dos es injusto, el contrapunto con Myrna Minkoff, otra border pero en las antípodas de Ignatius, o el negro Lee, una acidez extrema para burlarse de su propia condición.
En determinado momento, el fundamentalismo de Ignatius alcanza ribetes épicos, aunque sólo para su cabeza afiebrada, porque sus pensamientos, sus escritos, sus planes para que sus ideas incidan en el entorno al que accede (entorno por otra parte apropiadísimo), son tan absurdos que ya dan risa desde que empiezan a esbozarse, y como los personajes entre los que alterna son uno más estrambótico que otro, termina de armarse una cadena de episodios en el que no puede encontrarse una pizca de razón, y es entonces, en esa irracionalidad, que aparece el mordaz sentido crítico, irónico, con el que Toole escribió la novela.
Pese a una estructura demasiado lineal y a que no todos los episodios aludidos tienen el mismo nivel de creatividad, chapeau para la intención del escritor, y seguramente le reconocería más si como presumo, ignoro y por eso me pierdo, muchas alusiones al momento e incluso al folklore, de la Nueva Orleans en el tiempo que la novela se instala.

sábado, 12 de febrero de 2011

El libro de los afectos raros (Carlos Gamerro)


Muy agradecido a la recomendación de Diego Dudo de Todo, a este tipo hoy hay que leerlo, y como a mí me gusta hacer, le entré por los cuentos de este libro. No me gustaron del todo todos, pero tiene un estilo nuevo, original, y lo mejor, la esencia de cada historia yace por abajo del texto. Salvo “Fulgores nocturnos” —el cuento que más me gustó de todos— que engancha desde la primera línea, me pasó que arrancaran como “rateando”, pero al ratito nomás entran a regular y ya no se puede parar de leer, sí o sí y aunque la mayoría son largos, tienen que leerse de una sentada para no perderles el ritmo con el que están escritos.

Lo digo ahora porque prefiero terminar con lo bueno, y porque no invalida para nada lo positivo de mi balance, que los que menos me gustaron fueron “Las hamburguesas del mal” (pueden buscarlo en un Verano 12 de no hace mucho) y “Marina en sol y azul cobalto”, y en éste último es una pena que me pase porque Gamerro dice en el epílogo que le tiene especial afecto, y ojo, me atemoriza que alguien piense que obedece a que se me mete con la ¿truculencia? de la relación de un tipo con una nena de 9 años, no es eso, al contrario, es difícil ponerle la verosimilitud que le pone a la naturalidad con la que los personajes lo viven, y quizás sea el más prolijo y consistente de todos, nomás me pasó que camina siempre por un borde de insistencia que a veces suma, pero a veces se transforma en un regodeo que molesta. En ese mismo borde, me parece, está “Norma y Ester”, pero en el “durante” no se manifiesta tanto, y en el después acaba siendo un cuento redondo, redondo.

En todos los cuentos, Gamerro consigue los climas justos, perfectos, y sobre todo en “Fulgores nocturnos”, “Tarde perfecta con una loca” y “El cuarto levantamiento”, crea un estado de incertidumbre que mueve a devorarse las páginas, no solamente por llegar al desenlace, más, y acá está lo mejor, por las dudas crecientes acerca de si lo que el relator declara, de si lo que parece, es eso en realidad y no otra cosa, e inclusive, como en “Tarde perfecta…”, si no es justamente al revés. Y si de locura se trata, “Ella era frágil” es un concierto, hacía rato que no leía personajes llevados a extremos, sostenidos con tanta solidez.

lunes, 24 de enero de 2011

No es país para viejos, de Cormac McCarthy


Por prejuicio y desinformación (bah, por ignorancia) no tenía leído a este tipo, la novela me cayó en las manos de casualidad y me encontré con un autor excelente, muchos puntos altos.
Para empezar, una trama argumental con gran tensión desde el comienzo, y que se sostiene a lo largo de todo el texto, con excepción de las pausas, los respiros, que dan las reflexiones del sheriff Bell, uno de los protagonistas más interesantes, por el contraste entre su casi indolencia en la acción, contra el incendio que esas reflexiones, escritas a modo de discurrir de conciencia, tiene en la cabeza.
Chigurh, el asesino, el que actúa Javier Bardem en “Sin lugar para los débiles”, la muy buena adaptación que hicieron los Coen, otro protagonista excluyente (en realidad no es justo hablar en esta novela de protagonistas excluyentes porque casi todos tienen algo para serlo, Moss, Loretta y Carla Jean por ejemplo, esto es otra cosa para decir), un personaje por demás inquietante, que mata con la calma y la rutina de quién pone un sello en un formulario, baste decir el rasgo de que “necesita” hablar antes, un rato largo salvo que esté muy apurado, con los que va a asesinar, me quedé preguntando que qué hubiera pasado si a Carla Jean le salía cara cuando le propuso decidir si la mataba o no con una moneda.
Los diálogos, otro derroche de buen estilo, sin guiones, casi sin aclarativos, es como si uno estuviera ahí escuchando. Y finalmente, en lo que me pareció más relevante, lo que cada personaje hace —matar, aclarar los crímenes, enriquecerse— es nada más que un pretexto, una leve superficie exterior que le sirve a McCarthy para hablar de cuestiones más profundas de la naturaleza humana.

lunes, 3 de enero de 2011

Damas chinas, de Mario Bellatín


Una nouvelle donde sobresale, como en otras que le leí a Bellatín ("Salón de belleza" por ejemplo, faaaa!), la fluidez de vaselina con la que el tipo escribe, es envidiable cómo construye relatores que hacen escurrir el texto sin tropezones, aún en las partes más intrincadas para contar, resolver, hacer creíbles.

Más allá de esa habilidad, que a mí me parece lo más notable y por eso lo menciono primero, en “Damas chinas” hay una variedad de personajes que intrigan, inquietan, que llegan a tener comportamientos extremos con absoluta naturalidad, y el contraste entre los hechos y esa naturalidad es justamente lo que los hace impactantes, a todos o casi todos, aunque desde luego, destacan los ligados al ginecólogo, al niño y a la vieja coronada.

No tiene juicios y las revelaciones son mínimas, son los detalles, los pensamientos, las reacciones, los que terminan edificando tensión y curiosidad por saber adónde va todo a terminar, y aunque finalmente “Damas chinas” termina no terminando y uno queda haciéndose preguntas, también se queda sintiendo que la nouvelle es redonda, que no le falta ni le sobra nada.