jueves, 23 de diciembre de 2010

Ciencias morales, de Martín Kohan (y algo de “La mirada invisible”)


Lo mejor de la novela, o al menos lo que a mí más me gustó, es el relator, un constructor sutil que apela a un recurso que enriquece la historia: los personajes, sobre todo el de la protagonista, no solamente hacen y dicen, el relator también da cuenta de la maraña de pensamientos laterales, asociaciones libres, etc., etc., que van teniendo mientras hacen y dicen (tal como nos pasa a todos en la vida real, aún con las cuestiones más intrascendentes), y el uso de este recurso es además, una apoyatura para dejar espacio a la conjetura, la duda, a una cierta falta de certeza que provoca inquietud, ansiedad constante por conocer lo que sigue, y es así como la lectura escurre con fluidez todo el tiempo.

Otro logro del relator, es que se hace cómplice del lenguaje que uno imagina le cabe a cada personaje, y me sirve como ejemplo citar cuando dice “en unos breves días”, barbaridad que nadie puede atribuir a un error de Kohan, sino a cómo les hablaban a los alumnos aquellas bestias aparatosas que regían las escuelas.

Un rasgo más que disfruté, fue la creación de climas bien ajustados, tanto a la circunstancia histórica como a las características de los personajes, especialmente en el ámbito de la casa de la preceptora y en el colegio. Y de éste último, pese a que yo hice la secundaria en otro colegio nacional y durante otra dictadura, fue inevitable rememorar, por lo acertado de la elección de detalles, cosas como lo de los dos dedos para medir el largo del pelo, el control de las medias azules y la corbata, la jura de la bandera o los permisos para ir al baño durante hora de clase.

Me es oportuno decir en este punto, que toda la sutileza del relato desaparece en “La mirada invisible”, la película que se hizo adaptando la novela de Kohan, que pierde muchísimo en relación al libro, por culpa de explicitar demasiado (por caso, las miradas que María Teresa intercambia con Baragli mientras cantan el himno, o que le toque la mano cuando lo lleva a la rectoría después que se peleara en el baño), dejar de lado personajes (imperdonable que en la película no esté el hermano de la preceptora) y agregar o modificar escenas innecesariamente (por ejemplo la confesión de la abuela de que tuvo un amante o la violación en el baño). No obstante, lo bueno de la película es la actuación de Julieta Zylberberg, impecable en el rol de la preceptora, y bien Omar Núñez como Biasutto, los dos dan además perfecto el “fisic du rol” que corresponde. (para los que la vieron, ¿es Martín Kohan el vendedor cuando María Teresa va a comprarse un disco?)

Volviendo a la novela, desde el punto de vista argumental me parece una muy buena trama, una idea bien plasmada, pero hay una circunstancia que me hace ruido, máxime porque tiene mucha importancia en el desarrollo: no me pareció posible que pasara tanto tiempo antes de que alguien descubriera el escondite desde el que María Teresa vigila para pescar a los alumnos fumadores, no me alcanza que sea durante las horas de clase, no me parece posible que ninguno de los pibes la haya pescado alguna vez.

En mi gusto, esto le baja algún punto, pero de todas maneras, mis expectativas por esta novela (hace 3 meses que me la compré y siempre me aparecía alguna prioridad) no han sido defraudadas. Para nada.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Rock barrial, de Juan Diego Incardona


Lo primero que me sale es citar al prologuista de Henry Miller en "Trópico de cáncer", "Escribe como habla, escribe como vive...", porque creo que lo mismo es la clave del oficio de escritor de JDI. El libro tiene dos partes, en la primera uno se encuentra con el cuentista que conoció en “Villa Celina” más varias poesías que, como el cuento largo (o novela corta) de la segunda parte, es un JDI novedoso, por lo menos respecto a sus tres libros anteriores.

De los cuentos, el que más me gustó, por lejos, es "El último oficial tornero", porque tiene el clima que hizo mi preferido a “La chinela de Don Juan”, más un anclaje ajustado al momento socio-político-económico en el que está instalado.

Otra cosa que me gustó fue reconocer, particularmente en “Los monstruos” y en “Atómica mente”, cómo JDI plasma elementos y conceptos de su taller “La imaginación de lo común”. Y de los cuentos rockeros, yo que fui adolescente escuchando a Almendra, Manal, Los Gatos, Pescado Rabioso, se me ponen distantes referencias a Viejas Locas por ejemplo, pero igual, aún como un extranjero, en "La mejor banda de los barrios" estuvo interesante subirme al tanque de Celina a escuchar a Chapa, Catán y Rocky.

En cuanto a las poesías, género con el que tengo muchas limitaciones así que mucho no voy a decir, son como una prosa en verso y, pese a las limitaciones que declaro, las leí sin sentirme ajeno, sobre todo "Peones de la cuenca" (JDI aprovecha bien el escenario Matanza-Riachuelo) y, por emotividad, el lado del que puedo hablar si se habla de poesía, "Industria nacional", que me pareció la mejor de todas.

A la secuencia Ampere-Volt-Watt-Ohm de la segunda parte, recomiendo leerla más atento al oído que a la cabeza, porque una vez que uno empieza a escuchar la música, la letra entra sola, y uno se encuentra con un personaje sólido como un fierro, que a veces da repulsa, a veces asusta y a veces despierta ternura, pero que siempre, siempre, pone la cabeza a caminar por lugares que no están escritos y que vale la pena visitar.

Nada más, la pasé bien.

Laura y el Fabi, Bukowski y Henry Miller…y Emilio


¿Qué tienen que ver? La historia es así: hace un par de meses terminé la enésima versión de una novela que vengo escribiendo desde hace un buen tiempo, y el Fabi es uno de mis amigos al que le pedí opinión. La novela habla de mujeres (pretendo que de otras cosas también, pero eso no viene ahora a cuento), y la cuestión es que el día después de haberle dado el original, el Fabi y Laura, su mujer, me trajeron “Mujeres” de Bukowski y “Trópico de Cáncer”, de Henry Miller. Tengo para mí que fue su manera de decirme (y no sé por qué, me parece que más Laura que el Fabi): “Si querés hablar de minas, primero leete a estos dos”.

De Bukowski ya he hablado por acá y no voy a agregar nada, salvo que en “Mujeres”, Bukowski habla mucho más que sólo de mujeres. Pero el que en ese sentido la gasta es Henry Miller, por favor, desde “La condición humana” de Malraux que no tengo entre manos una novela que tenga el efecto de una suerte de droga capaz de llevarme los pensamientos a un nivel que supere, por lejos, los estados normales de conciencia. Y aunque la relación del personaje con mujeres de toda laya es interesantísima, un soporte eficaz para todo lo que Miller dice, lo que me va quedando por encima de todo, es la mirada descarnada de lo que al final somos los humanos.

Tuve bastante dificultad para entrarle al registro durante las primeras páginas, pero una vez que lo pesqué, “Trópico de Cáncer” me puso a volar. Me cuesta elegir algún párrafo para citar, y con el que me quedo quizás no sea el mejor ni el más intenso, pero es el que creo resume mejor lo que antes he dicho: “Amo todo lo que fluye, todo lo que contiene el tiempo y el porvenir, que nos devuelve al comienzo donde nunca hay fin: la violencia de los profetas, la obscenidad que es éxtasis, la sabiduría del fanático, el sacerdote con su letanía pegajosa, las palabras indecentes de la puta, el escupitajo que va flotando por el arroyo de la calle, la leche del pecho y la amarga miel que mana de la matriz, todo lo fluido, fundente, disoluto y disolvente, todo el pus y la suciedad que al fluir se purifica, que pierde el sentido de su origen, que circula por el gran circuito hacia la muerte y la disolución. El gran deseo incestuoso es el de seguir fluyendo, unido al tiempo, el de fundir la gran imagen del más allá con el aquí y ahora. Un deseo fatuo, suicida, estreñido por las palabras y paralizado por el pensamiento.”